Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

martes, 21 de mayo de 2019

Misioneras Siervas de San José

 
De todos es bien sabido que el tiempo es implacable e inmisericorde en su continuo deambular por nuestras vidas. Hace ya casi un año que la Madre Cecilia Marín Torres, Misionera Sierva de S. José -monja josefina, para que nos entendamos- nos dejó huérfanos de su presencia a los que dedicamos tantas horas de “trabajo, fe y amor” en los pasillos y en las clases de nuestro querido colegio Sagrada Familia. Se nos fue una figura emblemática de nuestra comunidad educativa, pero que también supo integrarse magistralmente en la sociedad pacense durante décadas, sin perder un ápice de su incuestionable orgullo de raíces granadinas. 
 

Da vértigo echar cuentas del número de alumnos que pasaron por sus aulas, bebieron de su arte, se deleitaron con su timbre de voz y se quedaron admirados de su sorprendente memoria, capaz de recordar nombres y apellidos, profesiones, sucesos y anécdotas arrinconadas en el túnel del tiempo del Badajoz del s. XX, mejor que cualquier nacido aquí. 


Cuando la Madre Cecilia se trasladó con sus pinceles al cielo de los artistas, su pequeña comunidad religiosa, compuesta por monjas de edad considerable, se disolvió. Cada una de ellas emigró, con sus escasas pertenencias, a otros puntos de la geografía española donde aún viven monjas de la misma congregación. Y nuestro veterano colegio, regentado por ellas durante casi un siglo en suelo pacense, pasó página para siempre y las despidió entre sollozos, asumiendo el profesorado seglar la enorme responsabilidad de continuar el proyecto que ellas lideraron: con la entrega, la generosidad, el ideario y los valores que nos han legado.

 

Los que hemos cogido ese relevo estamos fuertes, preparados, ilusionados, esperanzados. Sentimos el abrazo y el aliento que nuestras monjas nos hacen llegar, directos al corazón, para que honremos el recuerdo de todas ellas y de la educación que nos inculcaron. El espíritu de las Siervas de San José sigue vivo en nosotros, y cumpliremos fielmente sus directrices, para que los alumnos venideros sean testimonio de vida de la alegría del Evangelio que llevamos por bandera, generación tras generación.


Desde estas líneas reivindico un homenaje especial de la ciudad de Badajoz a estas religiosas, que tanta huella han dejado en su memoria colectiva.

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