Añoro la lenta quietud de las horas
sin el estruendo de frías estadísticas;
la serena indiferencia de transeúntes
anónimos pasando a mi lado,
rozándome sin preocupación;
la indescriptible felicidad de un abrazo sin
remordimiento ni calculada prudencia.
Añoro un paisaje lleno de sonrisas
desnudas, una feria atiborrada de
alegría espontánea,
un improvisado baile al ritmo de
unas palmas o una música festivalera.
Añoro esa normalidad que han condenado al
ostracismo, que han sentenciado al exilio,
que han ajusticiado con la pena capital.
Añoro la esperanza perdida, los
momentos que me han robado, la gente
que se ha ido para nunca volver.
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