Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

miércoles, 6 de enero de 2016

Defensas bajas



Nuevamente la tristeza me ha sorprendido con las defensas bajas. He vagado entre la gente y el frío escondida bajo mi abrigo, bajo mis gafas, bajo mi sombrero, tratando de evitar las miradas de los que se cruzaban en mi camino, esquivando saludos, ignorando el bullicio de la cabalgata de Reyes y de las compras compulsivas de última hora en la noche mágica. Deambulé largo rato sin rumbo con la clara convicción de que ya no soy una niña, ya no soy una ingenua ni una ilusa, ya no soy una joven esposa o una joven madre, ya ni siquiera soy, definitivamente, una joven. Siento que me invade una profunda y aplastante decepción por el mundo en el que inevitablemente habito y que me engulle sin masticarme siquiera. Solo deseo salir de este claustrofóbico túnel plagado de brillantes antorchas envueltas en papel de regalo, que acaban quemándome en la boca del estómago y cegando mi cordura.


Anhelo transitar de nuevo por el amable asfalto de la rutina, sin cambios bruscos de velocidad, sin frenazos, sin multas, sin baches, sin controles de alcoholemia, sin retenciones ni tráfico lento, sin luces de colores ni concierto de Año Nuevo, sin faros antiniebla, sin lluvia en los cristales, sin burbujas, sin portalito, sin el calvo de la lotería, sin turrón ni mazapán. Y recrearse en el sereno paisaje del camino a través de las ventanas, a salvo de impredecibles inclemencias meteorológicas.


Sentirse triste esporádicamente es un derecho que nos humaniza, pero no debemos permitir que la tristeza se convierta en crónica. Mañana amaneceré alegre, lo tengo decidido. Y llegaré con una sonrisa hasta el solsticio de primavera.


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